16 de abril de 2014

El salto del ángel



Todo se está terminando. El círculo se cierra, yo me estoy cerrando, las personas se están cerrando. Un ciclo vertiginoso que termina para mí.

Mi nombre es Ashanti y llevo años bailando, desde que tengo uso de razón mi mundo es la danza. Mi vida y mi trabajo me hacían feliz y siempre sonreía todas las personas. Quería que fueran felices y cuando se me presentaba la oportunidad bailaba con ellos y ellas, bailaba para ellos y ellas. Deseaba que sintieran en su piel la dicha que yo sentía cuando la música se fundía con mis células y todo importaba nada, sólo el ritmo que fluía por mí ser y lo hacía contonease.

Pero todo se descontroló. La amabilidad se trono rudeza; la buena educación brillaba por su ausencia y la mala educación se coronaba reina. Mi felicidad se volvió amargura. Ahora cada vez que bailo me hacen sentir una sucia muñeca con una perenne sonrisa por máscara para ocultar un rostro abatido por el llanto.

Mi vida era la danza y ahora ella solo me conduce a un abismo donde mora lo negativo y lo grotesco de este mundo así que doy por concluí da esa vida. Voy a subir al escenario más alto para que el mundo vea cómo ejecuto mi última figura de baile.

Ya estoy arriba. Siento cosquillas en el estómago debido a los nervios, igual que la primera vez que hice un espectáculo. Sonrío, flexiono mis rodillas y me impulso hacia delante mientras extiendo mis brazos y levanto orgullosa mi cabeza.

Noto el viento en mi rostro percibo como la nada me sostiene, como me dejo caer en total libertad hacia un infinito en el que habitaré de ahora en adelante. Me siento de nuevo viva.


El cuerpo inerte de Ashanti reposaba sobre el asfalto. La joven bailarina culminó su carrera deleitando los ojos de lo sádicos espectadores con su último paso de baile:
EL SALTODEL ANGEL

16 de marzo de 2014

Amor Etéreo


Aquí, en la más intima soledad, te imagino, te dibujo en mi mente para luego tatuarte en mi corazón.

No sé dónde estarás ahora, no sé cuando te veré, pero anhelo cada segundo el verte frente a mí, ver tus ojos mirando los míos y sentir ese deseo de abalanzarme sobre ti para besarte. Deseo estar por fin entre tus brazos, que tus manos acaricien mi espalda y tus brazos rodeen mi cintura.

Quiero sentir tu cuerpo muy cerca del mío, que tus ropas rocen las mías; y es que el tenerte tan cerca pero a la vez tan lejos me agita sobremanera, hasta tal punto que con solo estar unos segundos junto a ti te conviertes en protagonista de mis sueños cada noche. Sueños en los que me haces parte de tí, me posees. Sueños en los que me arrastras hacia ti para bailar al ritmo de la danza de la lujuria. Sueños en los que me transportas a un mundo repleto de placeres prohibidos.

Eso eres tú, el fruto prohibido del que deseo alimentarme. Ahora entiendo por qué dicen que prohibir es despertar el deseo.

1 de junio de 2003

¿Sólo un sueño?



Era un día lluvioso de otoño. Esther se había ido temprano a la cama porque había cogido un resfriado el día anterior que no le dejaba hacer nada. Tumbada, Esther leía la historia de un vampiro que habitaba en un tenebroso castillo.

       

La fiebre, que le estaba empezando a subir, hizo que Esther cayese en un profundo sueño sin notar siquiera que el libro se le cayó de las manos. En mitad de la noche alguien comenzó a llamarla suavemente. Esther se despertó y oyó que pronunciaban su nombre.

       

¿Quién es? Bárbara ¿Eres tú? Preguntó Esther, pero no obtuvo respuesta alguna. Inquieta por saber quién la reclamaba, se levantó con cuidado, temerosa de caer debido a su estado febril. Una vez que estuvo de pie sintió una ligera brisa. Preocupada por coger frió siguió la brisa hasta su punto de origen: el salón, de ahí procedía la fría corriente de aire.

       

Estaba todo oscuro, así que encendió la luz. Toda la estancia se iluminó. Esther miró a su alrededor pero no vio a nadie. “¡Puede que la fiebre me halla hecho imaginarlo!” Y pensó en volver a meterse en la cama.

       

En ese instante se encontró frente al espejo de una de las paredes. No podía dar crédito a lo que estaba viendo. Cerró los ojos y los volvió a abrir. La imagen del espejo seguía ahí, no había cambiado.

       

Esther llevaba un vestido de seda negra y una sobrefalda de tul roja adornada con diminutos murciélagos de suave terciopelo negro. De su boca surgían dos pequeños colmillos.

       

“¿Esa soy yo?” se preguntaba sorprendida. Giró sobre si misma y se observo detenidamente. “¡Soy un vampiro!”

       

De pronto al lado del espejo se abrió una puerta. Una cálida luz de velas atrajo a Esther. Vacilante, atravesó la puerta y se halló en la estancia de un castillo digno de un relato de terror vampírico. Gruesas cortinas de terciopelo negro cubrían las ventanas y una gran alfombra roja bordada cubría gran parte del suelo.

       

En la chimenea crepitaba un fuego que lanzaba reflejos fantasmagóricos por toda la estancia. “¡Me recuerda a muchos de los relatos que he leído”! Pensó Esther.

       

Recorrió la estancia palpando los muebles cuando su mirada reparó en una mesita junto a la chimenea. Había una cajita. La curiosidad la llevo a abrir con cuidado la tapa. Dentro había cinco frascos con un líquido rojo. Una extraña sensación de sed invadió el cuerpo de Esther. Cogió uno de los frascos, lo  destapó y se lo llevó a los labios hasta que el líquido rozo su lengua. Lo bebió.



Comenzó a sentir que estaba flotando en el aire. A su alrededor había como una neblina blanca. Esther se asustó y empezó a moverse nerviosamente.

       

¡Eh! ¡Esther! ¡ Despiértate! ¿Te encuentras bien? Esther reconoció la voz de su hermana Bárbara y abrió los ojos. Miró a su alrededor. Estaba en su habitación, tumbada en la cama y con su pijama. Todo estaba igual que al principio. Se levantó corriendo dirigiéndose al salón para comprobar si todo estaba en orden, si la puerta seguía ahí o no. Cuando llegó nada hacia pensar que justo al lado del espejo había una puerta que conducía a un enorme castillo. Salvo por un frasquito vacío que observó en el suelo y unas manchitas de sangre en la comisura de sus labios.

       
¿Había sido sólo un sueño?